jueves, 22 de noviembre de 2007

Fábulas celulares (I): "De la Espermátide que quería ser un Óvulo"

Como la ciencia no siempre ha de resultar seria, vamos hoy con el primer capítulo de mis "Fábulas celulares". Dice así:

DE LA ESPERMÁTIDE QUE QUERÍA SER UN ÓVULO

Rogelio era una Espermátide al que le gustaba que le llamasen María José. Era Rogelio hijo de una Célula de Sertoli y de un Macrófago Testicular, y ambos progenitores ya notaron, desde que aquél era un simple Espermatocito, que era diferente a sus hermanos. Esto no disgustaba del todo a la Sra. Sertoli, que, por causas de la diosa Biología, sólo podía tener hijos varones. Además, desde que empezó la Guerra, siempre llegaba el doloroso día en que sus hijos adultos debían marchar a la batalla, para jamás regresar.
Fue entonces, siendo apenas una Espermátide, cuando Rogelio se dio cuenta de que no participaba de las mismas aficiones que sus hermanos y primos. No se divertía con esas absurdas carreras de velocidad y resistencia en las que todos se volvían frenéticos, ni tampoco se atusaba ni arreglaba su cola como los demás (y eso que él la tenía considerablemente más larga que la mayoría). A Rogelio le gustaba más bien llevarla recogida con un pasador. Pero tuvo que pasar un tiempo hasta que cayó en la cuenta del porqué. Fue un día en que sorprendió a uno de sus hermanos mayores mirando una revista mientras se frotaba la cola. Rogelio no supo por qué lo hacía, pero al verle sintió un extraño escalofrío que en aquel momento no supo explicarse. Le fue fácil encontrar posteriormente esta revista decuidadamente escondida debajo del tejido conjuntivo (un número atrasado de la revista Play-Cell), para descubrir en ella la explicación a todas sus sensaciones. Fue en la página central, dedicada al “Óvulo del Mes”, donde todo se aclaró. Viendo esa enorme forma redondeada con ese gran núcleo central, hacia la que se dirigían prestos una decena de Espermatozoides, se dio cuenta de que él no era uno de esos cerdos machistas y asquerosos: él era el Óvulo.
Desde aquel día, Rogelio insistió a todo el mundo en que le llamase María José (así se llamaba esa actriz que le abrió los ojos) e intentó engordar infructuosamente, pues el cuerpo de una Espermátide no está diseñado para acumular lípidos. Por supuesto que, en un mundo tan conservador y retrógrado como es un Testículo, Rogelio se convirtió en seguida en el hazmerreír de todos los espermatozoides y en el escándalo de los Fibroblastos. Pero a Rogelio le daban igual las burlas. No así a su padre, que no podía ir a trabajar sin recibir algún comentario jocoso de sus compañeros. Un día, estando fagocitando a un pobre Lactobacillus (que juró hasta el momento mismo de su muerte que era saprófito y que se había extravasado por error), Romerales le comentó, para el destornillamiento general: “pues igual con tu hijo Rogelio logramos la autofecundación...”. Llegó Don Macrófago a casa con el aparato de Golgi colgando y con dos mitocondrias de menos. La Sra. Sertoli creyó horrorizada que se había producido una infección, pero Don Macrófago se lo explicó todo. “Tendrías que haber visto como ha quedado él, parecía un neurona”.
Llamó enseguida a Rogelio y le dejó las cosas claras. “Mira, Rogelio, basta de mariconadas, tú eres una Espermátide y cuando crezcas llegará el día en que tengas que marchar a fecundar un Óvulo o a morir como un Espermatozoide”. A Rogelio ambas posibilidades, pero en especial la primera, le resultaron muy desagradables. Al “Pero papá, voy a hacer la objeción de conciencia” le siguió un enorme sopapo de los de antes, de cuando el Período Embrionario.
Rogelio corrió entre lágrimas con su madre, que lo acarició para calmarlo. “Eso, tu amaricónalo más”, gritó Don Macrófago.
-No hagas caso a tu padre, hay cosas que un macrófago no puede comprender, hijo.
“Ni un macrófago ni una espermátide”, pensó Rogelio.
Pasó el tiempo y Rogelio se convirtió en un espermatozoide adulto. Su padre había muerto en un ataque de Sífilis, y la Sra. Sertoli estaba ya en proceso degenerativo, por lo cual se sentía muy solo. La mayoría de sus hermanos y primos había marchado ya a la Guerra, la cual le seguía resultando absurda a Rogelio. El Sistema Nervioso Central le había denegado la objeción, y le dieron una prórroga para alistarse o sería autolisado.
Cuando ya se aproximaba el plazo a su expiración, Rogelio empezó a sentir que enfermaba. La ansiedad lo consumía, y decidió desertar. Una noche, cuando todo el cuerpo estaba hipofuncional, salió por el epidídimo y al llegar a la uretra subió sigiliosamente hacia la vejiga. Se lanzó a la orina, recorrió el órgano buceando y a través de un uréter alcanzó un riñón. Pero al ir a saltar a un vaso sanguíneo, fue avistado por una patrulla de Linfocitos T que dieron la alarma. Y, pese a su audacia, fue rodeado a la altura del ventrículo derecho del corazón, donde tomó por rehén a un trombocito circulante.
Tras horas de negociaciones soltó al aterrado Trombocito, y cuando medio Sistema Inmune se aprestaba para asaltar el ventrículo, se escuchó desde el epitelio de los pies hasta la sustancia gris del cerebro (se dice que todavía hoy resuena el eco en los senos craneales) un “¡¡Me llamo María José!!” seguido de un desgarrador grito de dolor. Cuando los leucocitos entraron, encontraron a Rogelio con un pie en la otra vida, mascuyando “Ma...riajosé...” mientras perdía el plasma celular por donde otrora se insertara su cola, que ahora descansaba inerte a su lado, como metáfora de la intolerancia celular.
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Por Syngamus.


3 comentarios:

DesEquiLIBROS dijo...

¡brillante relato!

y de paso, estreno el casillero.....

Mireia dijo...

Muy original... me he reído a gusto.

Anónimo dijo...

que grande!!!

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