miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sobre los centros de recuperación

Es posible que esta entrada hiera algunas sensibilidades, especialmente de colegas e incluso de algún amigo mío. Quiero dejar claro de antemano que el trabajo de los veterinarios, biólogos y otro personal de los centros de recuperación es encomiable, que generalmente va mucho más allá de lo que se correspondería a su salario y que "echan más horas que un reloj".

Espero que las reflexiones que ahora siguen sirvan sin embargo para un sano debate.

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Recientemente he podido leer en la prensa la historia de un pingüino emperador que, habiéndose aparentemente desorientado, acabó en Nueva Zelanda, a 3,000 km de su área normal de distribución. El pingüino, que se encontraba desnutrido, fue recogido de una playa y llevado a un zoo, donde se le alimentó para ser devuelto al mar seis días después.

Y mi pregunta es: ¿para qué?

Y esto me lleva a plantear: ¿tiene sentido cierta parte del trabajo de los centros de recuperación?

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Empecemos por la primera pregunta. Un animal salvaje que por motivos naturales se pierde y se desnutre, como nuestro pingüino, posiblemente deba morir. Así de crudo. ¿Quiénes somos los humanos para incidir sobre la selección natural? ¿No incidimos bastante de manera directa (matando animales, destruyendo hábitat, contaminando) como para, además, retornando al medio animales que -quizá- no deberían sobrevivir?

Tomemos el ejemplo de los cetáceos: ¿por qué esa necesidad y urgencia de devolver al mar a los cetáceos que varan? Excluyamos los casos de desorientación por efecto del tráfico marítimo u otras actividades humanas. Una ballena o delfín que vara es posible que esté enfermo. Si se trata de una enfermedad infecciosa, devolviéndolo al mar podemos ayudar al agente patógeno, pero poco a la especie. Si ha varado porque la marea ha bajado y le ha sorprendido (ocurre a veces) quizá este individuo no debería sobrevivir y reproducirse.

Si se encontrase otro tipo de animal (pongamos un carnívoro) desnutrido en una cuneta, no se soltaría sin más en medio del campo: se debería realizar un estudio para saber si sufre de moquillo, rabia, etc. antes de volver pensar en volver a soltarlo. No ocurre lo mismo con los cetáceos, a los que se intenta devolver al mar sin más, quizá por temas de opinión pública, quizá por problemas en el manejo de animales tan grandes, quizá por desconocimiento de los responsables en algunos casos.

Foto: cría de ballena franca austral, varada viva en las costas de Península Valdés. Pese a que la causa de estos frecuentes varamientos es desconocida y no tiene que ver con actividades humanas en la zona, se trató de devolverla al mar.

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Vayamos a la segunda pregunta y pensemos a la casuistica de los centros de recuperación: una importante proporción de los casos son, sobre todo en primavera, de pollos caídos del nido. ¿Hay que gastar tiempo y recursos en alimentar a cientos de vencejos, cuando la especie no está amenazada? ¿No estamos incidiendo en la selección natural al rescatar pollos de padres que no saben elegir el emplazamiento del nido? Más aún: la huella ecológica que supone desplazarse pongamos 100 km. para recoger un pollo de mirlo es muy superior al beneficio de recuperarlo y liberarlo de nuevo. (Aquí debo hacer mención a que, en muchos casos, se acude a recogerlo para evitar un efecto “decepción” en la gente, en otras palabras, que no se corra la voz de que el servicio no se realiza).

Vayamos a otro punto: los animales en algunos casos se sueltan donde dios le da a entender a la persona responsable. Todos conocemos casos de animales que se recuperan y luego se sueltan en cualquier sitio. ¿Qué pasa con los territorios establecidos por los individuos residentes a los que les metes caído del cielo otro individuo de su especie? ¿Qué favor le haces a ese animal soltándolo en un sitio nuevo que para él es completamente desconocido? Hacer esto supone un enorme desconocimiento en ecología: nos creemos que el campo es campo, y que soltando a un animal allí será feliz y será bueno para su especie. Como si a ti te recogen en Murcia y te sueltan en Tokio (una ciudad es una ciudad, al fin y al cabo).

Y por otra parte ¿qué sucede con la transmisión de enfermedades moviendo de un lugar a otro animales que de hecho llegan tras haber pasado tiempo en un centro de recuperación? Recientemente publicamos un artículo sobre tuberculosis aviar en rapaces de un centro de recuperación. En muchos casos fue hallazgo de necropsia, lo que quiere decir que no se habían detectado síntomas externos diferentes a signos inespecíficos, como delgadez e inanición. Por lo tanto habrían pasado desapercibidos en otras circunstancias y quizá liberados.

Más aún: esta y otras enfermedades pueden ser adquiridas en los propios centros (como las infecciones hospitalarias que sufren los humanos) y deberían ser tomadas muy en cuenta antes de liberar un animal silvestre.

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¿Qué harías tú entonces?, me preguntarán. Reconozco que es difícil dar una respuesta clara y por eso esta entrada está llena de preguntas.

Creo que por supuesto estos centros deben existir. También creo sin duda que un centro debe intentar recuperar a los animales protegidos que han sufrido lesiones por acción humana: choque con tendidos eléctricos, atropellos, disparos de escopeta, etc. Además estos centros realizan otras importantes labores: son centros de rescate de animales exóticos abandonados o decomisados, a veces realizan cría en cautividad, realizan una importante actividad de educación ambiental, etc.

Sin embargo, creo que habría que meditar mucho más antes de gastar recursos humanos y económicos en alimentar pollos de gorrión o jilguero, o recuperar zorros o urracas (que se encuentran dentro de la orden de vedas), como sucede a menudo.

Y sin duda creo que animales que han mostrado un comportamiento inadecuado (como el pingüino en cuestión) deben ser dejados a su propia suerte. ¿Acaso somos dioses?

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