domingo, 31 de agosto de 2008

Oda a la calabaza

Algunos días, me siento junto al huerto y no puedo evitar sentirme así:



("Amanece, que no es poco". José Luis Cuerda, 1988).

domingo, 24 de agosto de 2008

Un problema patológico

Sí, de nuevo sobre periodistas. Leo en El País de hoy, sección de deportes, al respecto del poco éxito de algunas secciones deportivas españolas en estas olimpiadas: "... en el caso de la natación parece que sea un problema patológico".

Del diccionario de la R.A.E.:
patológico, ca.
(Del gr. παθολογικoς).
1. adj. Perteneciente o relativo a la patología.
2. adj. Que se convierte en enfermedad.
¿Querría decir que era un problema crónico, tal vez? Creo que el que tiene un problema patológico es el autor del artículo.

Fuera de programa: en el mismo diario, respecto al accidente de Spanair: "Volar tiene algo de atávico".

Again, del diccionario de la R.A.E.:
atávico: Perteneciente o relativo al atavismo.
atavismo.
(Del lat. atăvus, cuarto abuelo, antepasado).
1. m. Semejanza con los abuelos o antepasados lejanos.
2. m. Tendencia a imitar o a mantener formas de vida, costumbres, etc., arcaicas.
3. m. Biol. Reaparición en los seres vivos de caracteres propios de sus ascendientes más o menos remotos.

¿Volar es atávico? Encender un fuego, cazar un animal... quizá sea atávico, pero ¿volar? ¿Los antepasados de esta periodista eran pterosaurios? ¿O no sabe qué significa atávico, pero lo leyó un día y le pareció una expresión guay?


sábado, 23 de agosto de 2008

Periodistas, ciencia y ¿para qué consultar un libro?

Hace ya 5 ó 6 años escribí una carta al director de El País (que por supuesto no publicaron) pues, en un artículo a doble página central sobre la desgracia que supuso para miles de animales el vertido del Exxon Valdez, el autor del texto evidentemente había tomado un texto anglosajón y lo había fusilado tal cual, sin vergüenza ninguna. No sólo eso, sino que no se había preocupado de consultar el nombre de las especies citadas en castellano, y había traducido los nombres en inglés como Zeus le había dado a entender. Recuerdo vagamente algún ejemplo, como por ejemplo que se hablaba de un "pichón de Guillemot" que, tras investigar brevemente en internet, comprendí que se refería a un tipo de arao, el arao palomo (Cepphus columba), que en inglés se llama Pigeon Guillemot. Este ave no tiene nada que ver con las palomas, a parte de su lejano parecido que dio pie a los naturalistas clásicos a ponerle el apellido de columba. Errores como éste creo que recogí cerca de la docena, además de otros, como el de un pie de foto, que hablaba de focas tratándose de leones marinos.

Hoy he encontrado un caso similar. En las páginas de "ciencia" de elmundo.es se recoge una iniciativa de fotógrafos de naturaleza: http://www.wild-wonders.com. En la noticia, se muestran algunas de las fotografías de esta página web y, por supuesto, el periodista no se ha molestado en traducir correctamente el nombre de las especies fotografiadas (excepto en el caso del jabalí, el oso pardo o la marta, que no tienen gran dificultad). Como ejemplo:

En la foto aparece un pigargo (Haliaetus albicilla), al que se le da el nombre de "águila cola-blanca de mar", que es la traducción literal y desafortunada de "white-tailed sea eagle".
También se habla del "colimbo rojo" (de "red-throated diver"- podría haber sido consecuente y llamarlo "buceador de garganta roja"), que en castellano se llama colimbo chico (Gavia stellata).

Como no sé mucho de plantas, no he pillado ningún gazapo en las fotos de ese tipo, pero juraría que cualquier entendido encontrará varios.

Y una última cosa: ¿podría alguien explicarles que los nombres científicos se escriben entre paréntesis y en cursiva, y no con negrita, entrecomillados, ni subrayados?

lunes, 18 de agosto de 2008

Un pollo de búho chico

La otra noche, cenando en un chalet en Costitx (Mallorca), al ornitológico grupo presente nos amenizó la velada la repetida llamada de un pollo de búho chico (Asio otus), pidiendo el cebo a sus padres.

Aquí, un breve vídeo que le grabó el anfitrión:

martes, 5 de agosto de 2008

De exploradores, pingüinos, lagópodos y vermes

Cuando comencé la lectura de “El peor viaje del mundo”, regalo de la Viajera Involuntaria, no podía esperarme que, muy indirectamente, yo pudiera estar relacionado con la famosa y trágica expedición inglesa al polo Sur dirigida por Scott entre 1910 y 1913.
El autor del libro, Apsley Cherry-Garrard, con 24 años, fue uno de los más jóvenes miembros de aquella expedición.

Apsley Cherry-Garrard

Aunque fue rechazado por dos veces por su miopía, a pesar de haber ofrecido 1000 libras a Scott para gastos de la expedición (este hecho no era insólito, pues estas expediciones, pese a ser británicas, contaban con poca ayuda oficial), fue aceptado en el último momento por la insistencia del jefe científico de la expedición, Edward Wildson, y porque a Scott le impresionó que Cherry cediera las 1000 libras pese a haber sido rechazado. Así que, sin otros estudios que lenguas clásicas e historia moderna cursados en Oxford, fue enrolado en calidad de “zoólogo adjunto” de Wilson.
Cherry-Garrard con uno de los ponys utilizados. El destino de estos ponys fue un tanto aciago: los llevaron hasta donde dieron sus fuerzas, para luego ser sacrificados y convertidos en comida para los perros de trineo.


Cherry volvería vivo del polo tras dos años y medio de indescriptibles esfuerzos en condiciones extremas, pero muy debilitado física y mentalmente, esto último debido a las terribles dudas que le asolaron toda su vida sobre si podrían haber hecho más por salvar la vida del "grupo del polo" (los cinco expedicionarios que murieron tras alcanzar el polo después de Amundsen, incluyendo a Scott y a su protector, Wilson). Fue precisamente la redacción de “El peor viaje del mundo”, relato pormenorizado de aquellos dos años y medio, lo que sacó a Cherry de la depresión y la postración en cama. En este libro se detalla con precisión exhaustiva (la intención del autor, como él mismo afirma en la introducción, es que sirva de guía de viaje a futuros exploradores polares) cada gramo de mantequilla repartido, grado centígrado soportado o milla recorrida, el comportamiento de los perros de trineo, la alimentación de los ponies, la velocidad del viento diaria, la ventaja o desventaja de cierto material para los patines de los trineos, la tienda de campaña o la boca de la chimenea, la idoneidad de una u otra ruta, la ventaja de cierta alimentación frente a otra, y así todos los aspectos de la vida en condiciones antárticas en general, y en las actividades realizadas en aquella expedición en particular.


Llegados a este punto, es importante recalcar que, si bien Amundsen tenía como único objetivo ser el primero en alcanzar el polo Sur, la expedición inglesa tenía fines científicos diversos (zoológicos, meteorológicos, geológicos, …) y la conquista del polo era sólo una de sus metas, aunque quizá la más importante. Por ejemplo, en el diario de Wilson (que como se ha dicho formó parte del grupo del polo y que murió como el resto de sus compañeros) no se hace ninguna referencia al hecho de que los noruegos hubieran llegado antes al polo, lo que demuestra lo poco importante que era para él el hito de ser los primeros en alcanzar el punto más al sur del planeta, en comparación con los objetivos científicos, como veremos más adelante. Scott y Bowers, ambos oficiales británicos, sí muestran cierta desazón en sus diarios, motivada en cierto modo por su orgullo militar.
Rutas de Amundsen y Scott.

Y es que la cantidad de información científica que recogió esta expedición fue inmensa. Poseían estaciones meteorológicas que visitaban a diario, incluso en el invierno austral, para anotar sus registros. Se realizaron pequeñas expediciones a puntos diversos a recoger material geológico (el grupo del polo arrastró hasta el último día 14 kilos de muestras de rocas que habían ido tomando por petición expresa de Wilson). Siempre que podían lanzaban redes de arrastre al mar para obtener y describir especies marinas. Anotaban cualquier observación de ave o mamífero, por nimia que pareciera.

La cabaña en el cabo Evans. En el centro, Cherry-Garrard.


Muchos hombres (científicos algunos, pero también militares o marinos) arriesgaron sus vidas por tomar ciertas muestras o registrar información. Cabe mencionar a este respecto que Cherry critica en el libro que mucha información se recabó más por honor y celo que por espíritu científico, pues muchos de los expedicionarios no eran hombres de ciencia, sino militares o aventureros como él. Y es que la expedición, como se ha dicho, contó con poco apoyo institucional y debía confiar en gente como Cherry (voluntarioso y eficiente pero carente de formación científica) para muchas de las actividades de investigación. El libro recoge interesantes y sorprendentes comentarios sobre comportamiento y enfermedades de focas, pingüinos o aves marinas.
El máximo exponente de este riesgo extremo al que se expusieron aquellos hombres por la ciencia lo constituye el llamado “viaje de invierno”, en el cual Wilson, Cherry y el teniente Bowers recorrieron entre julio y agosto de 1911, en pleno invierno polar, en medio de la oscuridad permanente, entre ventiscas inimaginables y temperaturas de hasta 60 grados bajo cero, los 240 kilómetros (ida y vuelta) necesarios para llegar desde su base en el Cabo Evans hasta el Cabo Crozier, y volver con vida. ¿Y con qué fin? Recoger huevos de pingüino emperador (Aptenodytes forsteri).


Bowers, Wilson y Cherry, preparados para comenzar "el peor viaje del mundo".

Como se relata en el libro, Wilson y compañía soportaron lo insoportable. Su ropa estaba permanentemente húmeda; debían introducirse cada noche en un saco de dormir congelado y descongelarlo con su propio calor, para poder dormir en un saco mojado; tardaban minutos en realizar acciones básicas como atarse las botas, y durante ese tiempo se les congelaban los dedos; sufrieron congelaciones graves, y un frío que no alcanzo a imaginar. La ausencia de gérmenes en el polo les salvó de morir de pulmonía pues todo estaba permanentemente mojado o congelado. Al terrible frío hay que añadir la dificultad de orientarse por un territorio ignoto, permanentemente de noche, y con los medios técnicos de hace 100 años.

Dibujo de Wilson, representando "el peor viaje del mundo".

Cada cierto tiempo debían parar, encender una cerilla y comprobar la brújula. Sólo la suerte les salvó de caer en alguna de las simas y grietas tan frecuentes en la Barrera de hielo por la que caminaban. ¿Y todo esto, por qué? Como se ha dicho, Bowers y Cherry por honor y compañerismo. Wilson, para conseguir lo que en aquel tiempo constituía el grial del zoólogo. Y es que en aquella época se consideraba (incorrectamente) al pingüino emperador el ave más primitiva. Además, y también incorrectamente, se consideraba que la ontogenia reflejaba la filogenia, por lo que un embrión de emperador podía dar luz al eslabón perdido entre las aves y los dinosaurios. Como Wilson había observado en una expedición anterior que en primavera la colonia de emperadores no tenía huevos sino pollos, dedujo que la puesta debía de ser en invierno, como en efecto es. Así que, para conseguir uno de esos preciados huevos, debían visitar el cabo Crozier en invierno. Al final consiguieron cinco huevos, dos de los cuales se les rompieron en el refugio que construyeron en el cabo. Y consiguieron volver con vida al cabo Evans, lo cual no era cuestión baladí. De hecho, la ventisca les arrastró la tienda de campaña que hacía de techo en la cabaña. Si, por puro azar no la hubieran encontrado cuando terminó la ventisca, nunca podrían haber realizado el camino de regreso. Bowers realizó el camino de vuelta con la tienda atada a su persona.
Pingüino emperador
"Foto: © Samuel Blanc / http://www.sblanc.com/"

Los huevos que llevaron sanos y salvos, desgraciadamente, no fueron muy útiles, pues para cuando fueron analizados la teoría sobre la que trabajaba el desaparecido Wilson ya había sido desechada. Por su parte, los dos huevos rotos abandonados en el cabo Crozier, sin embargo, fueron de muchísima utilidad años después como controles en un estudio sobre la presencia de DDT en la Antártica.

Llegados a este punto, el lector se preguntará dónde está mi relación con esta expedición. No, no soy hijo natural de Cherry-Garrard. La razón es la siguiente:
El lagópodo escocés (Lagopus lagopus scoticus; red grouse en inglés) es un ave galliforme de la familia de los tetraónidos, que incluye al urogallo y la perdiz nival, entre otros.

Lagópodo escocés.

Este ave es famosa en el mundo de la ecología porque sus poblaciones sufren ciclos temporales que las lleva en cuatro años de ser extremadamente abundantes a muy escasas, aunque esto varía mucho entre áreas (incluso hay zonas donde no sufren ciclos).



Ciclos anuales del lagópodo escocés en ciertas áreas.



Wilson, eminente zoólogo de su tiempo, fue nombrado en 1905 responsable de la “Grouse Disease Inquiry” y fue él el que descubrió que el causante de la enfermedad del lagópodo la causaba un pequeño verme cecal, el Trichostrongylus tenuis, que paralizaba el tránsito intestinal, matando al ave.
Desde entonces se ha avanzado mucho en la comprensión de cómo se originan los ciclos de abundancia del lagópodo. Existen dos factores (cada uno de ellos defendido a ultranza por una escuela científica) que actualmente se sabe que interactúan para crear estos ciclos: el efecto de los parásitos en la productividad (número de pollos) y la agresividad territorial de los machos. Los años que hay muchos lagópodos, se aumenta la transmisión de parásitos con lo que los años siguientes se produce mayor mortalidad. Pero también aumenta el número de machos y sus disputas territoriales. Tanto las disputas de los machos como altas tasa de parasitación reducen el reclutamiento. Cómo interactúan exactamente sigue siendo objeto de estudio. Por ejemplo, se sabe que altos niveles de testosterona incrementan la intensidad de parasitación un año después, quizá inmunosuprimiendo al ave o quizá alterando su comportamiento y exponiéndola más a ser parasitada. No me extenderé más pues la entrada ya es suficientemente larga.
Perro adiestrado para el censo de lagópodos.

Llegamos aquí a mi lejana relación con Wilson y la Antártica, pues estuve contratado durante 3 meses como field assisstant por un grupo de investigación escocés, capturando y desparasitando experimentalmente lagópodos, censando adultos, nidos y pollos con perros adiestrados y realizando radio-tracking.
Lagópodo capturado, desparasitado y radiomarcado.

No sufrí las condiciones de “El peor viaje del mundo”, pero trabajar de noche (cuando se capturaban los lagópodos) en el invierno escocés tampoco fue moco de pavo.
Información tomada de:
-Cherry-Garrard, Apsley. El peor viaje del mundo. Ediciones B. ISBN 978849678900
-“Edward Wilson of the Antartic”. http://www.edwardawilson.com/
-http://en.wikipedia.org/wiki/Apsley_Cherry-Garrard

Imágenes tomadas de:
-http://en.wikipedia.org/wiki/Emperor_Penguin. El autor original de esta foto es Samuel Blanc.
-http://www.gtc.org.uk

(Excepto las de lagópodos, que son propias).
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