jueves, 29 de noviembre de 2007

Fábulas celulares (II): "Del amor imposible entre un joven Macrófago y una hermosa Bacteria"

DEL AMOR IMPOSIBLE ENTRE UN JOVEN MACRÓFAGO
Y UNA HERMOSA BACTERIA
Era Isolda una Bacteria recién llegada a la juventud que habitaba en una infección crónica en las glándulas perianales (que, contra lo que pueda parecer, es un hogar bucólico para un gérmen). Isolda pertenecía a la muy antigua especie de los Corynebacterium piogenes, y descendía por línea mitótica directa de los primeros miembros de dicha familia. Su vida se limitaba a fagocitar jugosas estructuras celulares y a nadar por la sustancia fundamental amorfa. Su institutriz, una Mycospora (es costumbre entre los Corynebacterium tener Mycosporas entre su servicio), le había rogado una y mil veces que no se acercase al muro de fibrina que les separaba de resto del organismo. Pero un día en que la tutora se hallaba ensimismada, con un trozo de endotelio entre sus manos que le había regalado un "Staphilo" -fieros mercenarios los Staphilococos- antes de marchar a guerrear a una zona aguda, Isolda se aventuró a nadar cerca del Muro.
Precisamente en la parte opuesta de esa zona de la frontera montaba guardia un apuesto e inexperto Macrófago, que al divisarla sintió su membrana tremolar. Nunca antes habia visto una Bacteria (acaba de salir de la Médula Ósea, como quien dice) y jamás las imaginó así. En sus sueños de imberbe cadete-monocito se le aparecían como peludos y amorfos seres que todo lo fagocitaban. Pero eso que flotaba próximo a él, con su sensual movimiento ameboide, era lo más hermoso que Leucocito alguno viera. Calisto, que así se llamaba el soldado, durante sus años de Academia en la Médula Ósea del fémur, había tenido numerosas amantes: Plaquetas, Neuronas, ... Estando en su primer destino en el Hígado, vivió una sórdida relación con una Célula de Kupffer que, al ser abandonada por Calisto, que se hallaba al borde de un juicio de guerra por sus continuas faltas que sus compañeros ya no eran capaces de ocultar, se quitó la vida liberando sus propios lisosomas. Pero todas esas Células habían sido meras relaciones pelvacuas. Aquello que contemplaba en ese momento aplastaba cualquier otra creencia de haber estado enamorado.
De repente, Isolda también lo vio, y, por apenas unos segundos, sus miradas se entrelazaron cual mielina al axón. Rápidamente, Isolda tapó su desnudez y, tras mirar otra vez a tan apuesto ser, huyó rápidamente. Calisto, inconscientemente, le tendió un pseudópodo, y en ese momento sintió algo sobre su membrana externa que lo devolvió a la vida. Se trataba del cambio de guardia, su compañero de armas Ernesto.
-¿Has visto algo, Calisto?
-No... Sin... Sin novedad en el frente...
-Estás pálido, amigo. Necesitas descansar.
Calisto, por supuesto, no pudo conciliar el sueño. Tendido boca arriba sobre su camastro de tejido conjuntivo, Isolda bailaba para él le danza del Golgi. Ansiaba el momento de volver al puesto, y hasta que llegó su turno se retorció en un sinvivir. Ya en él, escrutó el horizonte buscando a la que desde aquél encuentro era su única razón para existir. Pero la quietud era absoluta.
Pasó el tiempo. Calisto empezó a perder peso. No fagocitaba, y tampoco lograba descansar apenas. Ernesto lo contemplaba preocupado.
-¿Qué te sucede, compañero?
-¿Recuerdas hace unos días, al relevarme en la guardia? Pues vi algo increíble.
-¡¿Divisaste al enemigo?!
-¿Enemigo? ¿Puede ser alguien enemigo de ser tan hermoso? ¿Puede un ser tan hermoso tener acaso enemigos?
-¿De qué me estás hablando, Calisto? ¿Viste o no Bacterias?
-Sí, amigo. Pero no era como las imaginábamos cuando estudiamos en la Médula. Su membrana resultaba suave cual endotelio vascular, su balanceo al nadar hacía brusco al de un Eritrocito... Desde aquél día vivo para ella, y se que ella también estará pensando en mí.
-Por Dios, Calisto, ¿qué locuras dices? ¡Hablas de un Germen! Si el Sistema Nervioso se enterase, te enfrentarías a un pelotón de lisis por traición. ¿O acaso no conoces la historia del Espermatozoide que intentó huir de su absoluto poder?
-¿Lisis, dices? Al menos dejaría de consumirme la impaciencia por poseerla.

Isolda, por su incursión hacia el Muro, se hallaba castigada en casa de su tío. Sus padres fueron fagocitados en un cobarde ataque sorpresa de Neutrófilos, y desde entonces vivía con aquél. Su institutriz le había relatado de niña terribles historias en las que los Leucocitos tomaban horribles parecidos y eran temiblemente despiadados. Si esas historias que ella había creído ciertas no lo eran... ¿por qué luchaban? ¿Cómo ser tan perfecto podía estar al otro lado del muro? ¿Por qué debía desear su muerte?
-¡Juliana!- llamó a su institutriz.
-¿Qué quieres, cielo?
-Las historias que me contabas en mi infancia eran meros cuentos de niños, ¿no es cierto?
-¿Por qué me preguntas eso, hija mía?
-¿Por qué debemos estar siempre en guerra? ¿Acaso no es posible vivir en paz con los habitantes del otro lado del Muro?- un tono lánguido emanaba de las palabras de Isolda.
-No se pueden tener respuestas para todo, amor. La Evolución nos ha dado este papel de elegir a los Seres más resistentes. Y hay que aceptarlo.
-¡¡Yo no quiero aceptarlo!! ¡Le amo! ¿Es que no lo ves?
-¿De qué me estás hablando, por Dios? ¿Acaso viste algo en tu escapada?
-Vi el ser más bello que jamás viera Bacteria. Era un joven soldado enemigo, apuesto como pocos.
-¿Y te vio él a ti, loca?
-Sí, me vio, y por un momento nos supimos el uno para el otro...
-Dios Santo, estás viva de milagro... Si hubiese podido te hubiera quitado la vida. No le cuentes nada de esto a tu tío, por lo que más quieras.
-¿Quitarme la vida, dices? En verdad que lo hizo...

A Calisto lo sacó de su aturdimiento el toque de la corneta. Una vez en la formación, un viejo Mieloblasto de tres estrellas se dirigió a ellos:
-¡Soldados! ¡Hijos todos de una misma Célula Madre Pluripotencial! ¡La gran ofensiva que tanto esperábamos ya está aquí! ¡Todos los axones mandan la misma orden desde el SNC! ¡Muchos de vosotros no volveréis, pero sabed que habréis derramado vuestro plasma por el Cuerpo, y que no habrá sido en vano! ¡Demostrémoles a la Evolución que somos resistentes como el que más! ¡¡¡A vencer o a morir!!!- y un estruendoso clamor salió de las formaciones.
Pero Calisto no estaba tan seguro de querer morir sin haberse reunido con ella. Casi arrastrado por Ernesto, avanzaron hasta llegar al Muro. Y, a la señal de las cornetas, miles de jóvenes se lanzaron a una muerte casi segura, pues lo que el Mieloblasto no les había dicho era que ellos conformaban prácticamente la última línea de defensa, debido a la general inmunosupresión del Cuerpo.
Calisto, fuera de sí, luchó aguerridamente. El calor era insoportable, y la humedad calaba hasta el núcleo. A Calisto no le importaba, pues, ahora sí, su único deseo era morir. Tal era su enajenamiento, que su fuerza se multiplicaba, y ninguna Bacteria le podía hacer frente. Fagocitaba por doquier, escupía agentes oxidantes por todos lo poros, y, sin darse cuenta, llegó al mismo núcleo de la infección. Se introdujo entre unas fibras de colágeno, y encontró a una vieja Mycospora, que le suplicó:
-¡Fagocitadme a mí, pero no le hagáis daño a mi niña!
Tras ella, vio acurrucada a Isolda. Entonces volvió en sí. Apartando a la institutriz tomó a su amada entre sus pseudópodos. Obviando la batalla que a su alrededor se libraba crudamente, saltando entre restos celulares y montañas de pus, llegaron hasta el límite de la glándula. Allí se miraron sin mediar palabra, sabiendo ambos que todo llegaba a su fin. Se introdujeron por el conducto y, juntos para siempre, saltaron al vacío.
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Por Syngamus.

Imagen: Macrófago fagocitando una bacteria. Sacada de aquí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Genial. Completamente fabuloso. ¿Cómo imaginar que con términos y conceptos biológicos podría escribirse una historia tan hermosa? Sos un genio!!!

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